Bienvenidos al blog de Manuel Vázquez Muñoz


Bienvenidos a mi cuaderno de bitácora, donde podréis conocerme un poco mejor y poco a poco parte de mi obra…

En mis fotografías trato de poner de manifiesto la complicidad entre el fotógrafo y el motivo fotografiado, donde no sólo basta con apretar el disparador.

Trato de “ver lo invisible”, o mejor dicho, lo casi inadvertido; es decir, ver “con otros ojos”: personas, momentos o detalles siempre agradables, motivos para celebrar…

Cada imagen forma parte de mí y, por eso, aún estoy escribiendo mi biografía…

Manuel

lunes, 26 de marzo de 2012

Alumbrando...

Hoy os subo una fotografía de mi paso por tierras orientales... La luz tan dura y alta como estaba, no fue impedimento alguna para que mi "pequeñita" Rollei 35T fuera capaz de captar esta imagen... Sí... Aún disparo con película... Si es que en el fondo sigo siendo un romántico...

Me gustó el efecto causado por la farola al eclipsar el sol y el viñeteado formado por el astro rey... Es, como si a estas horas del día, la farola se hiciera un poco de paso y estuviera alumbrando... Como os podréis imaginar, está sin retocar... Tan sólo escaneada para poderla compartir con vosotros...

En fin, espero que la magia que tiene y que me cautivó también lo haga con vosotros... Saludos.


lunes, 19 de marzo de 2012

Sacre Coeur

Si alguna vez vais por París, seguramente veáis la iglesia de Sacre Coeur, o del Sagrado Corazón, porque está en el punto más elevado de la "ciudad de las luces"... Como está completamente abarrotado de "guiris" siempre se puede conseguir alguna toma curiosa... No voy a decir que esto de los reflejos sea nuevo, pero me gustó la claridad y definición con la que las gafas de espejo me dejaron ver la iglesia...

Para aquellos que estéis interesados en hacer algún donativo o plegaria, sabed que estaba abierta y se rezaba durante las 24 horas todos los días de la semana...

París bien vale un viajecito y disfrutar de sus encantos... Espero que os guste este "diferente" punto de vista de Sacre Coeur... Saludos.


domingo, 11 de marzo de 2012

Publicidad encubierta

Pues eso... Que cuando se mira con otros ojos, se ven cosas que pasan desapercibidas... Más allá de querer hacer publicidad a la inmobiliaria, tampoco es que quiera a una famosa marca tabacalera... ¿Podéis verla? Pues eso es lo que pasa... Constantemente, estamos rodeados de mensajes que nos pasan desapercibidos... ¡Quién sabe si en alguna de estas ocasiones se nos aparecerá los números de la primitiva!... ;-)

Saludos.


viernes, 9 de marzo de 2012

Sobre Gervasio Sánchez

Del blog de  Alfonso Armada (http://www.fronterad.com/?q=node%2F4976

Buen artículo describiéndonos sus vivencias y el trabajo en compañía de Gervasio Sánchez...



Los ojos del otro son como los nuestros



Él lo recuerda mejor que yo y no solo porque aquel día, como todos los 29 de agosto desde hace 52 años, fuera su cumpleaños, sino porque una de las grandes cualidades de Gervasio Sánchez es su prodigiosa memoria. Pero aquel 29 de agosto de 1992 nos conocimos en Sarajevo (¿dentro de poco hará veinte años?), cercado por los radicales serbios, y no solo trabamos una amistad que ha perdurado, sino que casi de modo natural, y no solo porque yo no supiera conducir (todavía no me he sacado el carné), empezamos a trabajar juntos. Para mí era el primer contacto con la muerte y con la guerra. Él ya la había sentido cerca en El Salvador, Nicaragua y Guatemala, y mucho más cerca en Croacia. Hubo otros dos viajes a Sarajevo, además de muchos otras por carreteras desgarradas de Bosnia-Herzegovina a los que yo no he podido o no he sabido volver, pese a que los recuerdos han dejado huellas que no quiero ni puedo borrar: Tuzla, Zenica, Mostar, Jablanica, Vitez… (donde nos robaron el coche a punta de fusil, donde conocimos al mismo Gilles Peress que luego haría una cobertura tan extraordinaria como controvertida del genocidio ruandés). Recuerdo la redacción de Oslobodenje, el diario de la capital bosnia (“porque un periódico es tan importante como el pan”); a Edo, elguardián de las cenizas, a quien encontramos jugando en las ruinas de la biblioteca nacional de Sarajevo; a Gabriela, en cuya casa no lejos del río Miljacka y del frente pernoctamos varias veces, y que había padecido las dos guerras mundiales, pero ninguna tan atroz como la guerra civil; la entrevista con Susan Sontag (con quien compartíamos mesa en el hotel Holiday Inn), que había ido a la ciudad sitiada a dirigir Esperando a Godot; o los actores del Teatro de Guerra de Sarajevo, que habían decidido que era más importante para mantener el espíritu de la ciudad seguir haciendo teatro que combatir en el frente…


Pero iba a hablar de Gervasio Sánchez y me he puesto a hablar… de mí, de Bosnia, de aquel Sarajevo al que (a diferencia de Gerva), no he sabido volver. Ayer por la mañana, antes de la inauguración oficial de su Antología en la antigua Tabacalera (calle de Embajadores, número 53, donde los barrios madrileños de Lavapiés y Embajadores se dan la mano), nos recibió a la puerta de un edificio que podría servir para rodar una película sobre la guerra civil… bosnia, o española. Hacía un frío de mil demonios en los corredores umbríos, desconchados, como en muchas casas y en las calles de Sarajevo en el invierno de la guerra. La entrada está coronada por una claraboya sucia, como de fábrica abandonada, por la que se filtra una luz que no caldea ni ilumina. En una gran pantalla se proyectaban algunas de las imágenes que luego, en la red de corredores como de un hospital de una ciudad en guerra, o de un refugio antiáereo, nos íbamos a encontrar. A ambos lados, colgando de cinco arcos de medio punto, las cinco ramas en las que Gervasio Sánchez se ha dejado impregnar por el dolor. No ha salido indemne, aunque sí ileso: América Latina (1984-1992), Balcanes (1991-1999), África (1994-2004), Vidas minadas (1995-2007) y Desaparecidos (1998-2010). Y de atmósfera sonora una grabación que no había vuelto a oír. Gervasio le pidió al técnico que subiera el volumen. “¿Recuerdas?”, me pregunta. “Diciembre de 1992”. Aquella noche fue de mucha lumbre. Tiraban contra el hotel, que retumbaba como una gran catedral de hierro y cemento. Fuimos sigilosamente hacia la fachada que daba al Miljacka y a la Avenida de los Francotiradores, bien batida desde las colinas por los serbios. Abrimos la puerta de una de las habitaciones. La pared había volado. Pisando cristales, escuchamos el estropicio de la artillería serbia y la respuesta de este lado, de las ametralladoras y fusiles. No había vuelto a oír aquella cinta que Gervasio había grabado aquella noche de miedo en la ciudad sitiada.


A partir del año del genocidio ruandés de 1994 recorrimos juntos muchos caminos africanos: desde Goma en el verano de aquel año, cuando tras el fin de la guerra civil en Ruanda un millón de hutus cruzó a Congo-Kinshasa y una epidemia de cólera se convirtió en una máquina de matar. Estuvimos soñando con cadáveres durante muchos días y semanas. Volveríamos a la República Democrática de Congo, uno de los lugares más ricos, injustos y desgraciados de la tierra, a causa de otra epidemia, esta vez del temible virus ébola, que se declaró en Kikwit. Recorrimos Burundi, Somalia, Sudán, Liberia… Lo cuenta con mucho tino en las páginas del sobrecogedor catálogo que acompaña esta exposición que tiene la virtud de no dejar indiferente, de doler, de ayudar (como quería Simone Weil) a ponerse en el lugar del otro: uno de los empeños más constantes de Gervasio Sánchez desde que empezó a usar el dinero que cada verano conseguía ahorrar sirviendo paellas en la costa catalana para ir a cubrir guerras en Centroamérica.


Ahora que el periodismo se degrada a marchas forzadas, y que algunos medios parecen empeñados en aniquilar el sentido de lo que hacen, de lo que les dio prestigio y sobre todo razón de ser, Gervasio abre las puertas de su Antología para que no dejemos de recordar, y yo, mientras regreso en metro al periódico, y hago esfuerzos por contener la rabia, la pena, la emoción viendo algunas de las fotografías que le vi tomar en Liberia, en Congo, en Sarajevo… me pregunto qué estoy haciendo aquí, qué estamos haciendo. Gervasio vuelve a Afganistán dentro de algunos días. No es el único fotoperiodista, el único reportero, que resiste la estafa de esta época, de este tiempo en el que hace tanta falta el periodismo, como recuerda la película Page One, que habla del New York Times, del respeto que debemos a los lectores y a nosotros mismos, a la sociedad a la que servimos y al mundo que se derrumba ante nuestros ojos perplejos, cobardes, estúpidos.


Gervasio Sánchez dedica esta exposición a compañeros muertos en algunas de las guerras y conflictos que el propio reportero ha cubierto: “A Juantxu Rodríguez (muerto en Panamá en 1989), Jordi Pujol (muerto en Sarajevo en 1992), Luis Valtueña (muerto en Ruanda en 1997), Miguel Gil (muerto en Sierra Leona en 2000), Julio Fuentes (muerto en Afganistán en 2001), José Couso y Julio Anguita Parrado (muertos en Irak en 2003) y Ricardo Ortega (muerto en Haití en 2004). Todos ellos murieron o fueron asesinados mientras ejercían el periodismo con mayúsculas en la delgada línea que separa la vida de la muerte. Todos ellos embellecieron, fortalecieron y dignificaron este oficio tantas veces pisoteado por hombres y mujeres sin escrúpulos que, desde sus puestos directivos, se dedican a defender a cualquier precio los intereses enmascarados de sus empresas”. Gracias, Gerva.


(Gervasio Sánchez ante sus propias fotografías proyectadas en una gran pantalla en la antesala de Antología: Adis Smajic, con la cara desfigurada por la explosión de una mina en Sarajevo; niños corriendo entre las tumbas del cementerio de la capital bosnia; víctimas camboyanas de las minas; el camboyano Sokheurm Man, víctima de una mina antipersona en Siem Reap, y desaparecidos en América Latina).




Pero, por si aún no hubierais tenido suficiente, aquí os dejo otro artículo sobre el mismo fotógrafo, pero visto desde otra perspectiva... Del blog "El ojo de la cerradura (http://noemilopeztrujillo.wordpress.com/2012/03/07/exposicion-gervasio-sanchez-la-tabacalera/)


La belleza en la guerra

El psicoanalista Jacques Lacan defendía que la belleza hace soportable lo real, y permite decir lo que de otra forma no podría decirse. Los japoneses definen este límite como el «Má», un hilo muy fino que Gervasio Sánchez consigue cruzar como si de un trapecista se tratara, fotografiando de forma hermosa los rostros y cuerpos de desconocidos.
Un soldado salvadoreño dialoga con su novia. Por Gervasio Sánchez
El objetivo de su cámara es una extensión de sus ojos. Sin él, Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) tendría una miopía social que provocaría que, como «el común de los mortales», desenfocase las imágenes. Su cámara corrige las dioptrías que distorsionan una realidad, la de la guerra. «Prefiere vivir instalado en la angustia a la gangrena de una paz que le pudre», escribe sobre él el fotohistoriador Publio López Mondéjar.
Bombas y disparos reciben a los visitantes que acuden a ver sus obras en la Tabacalera. Se trata de una grabación real de cañonazos realizada en los Balcanes, combinada con una proyección de imágenes del reportero gráfico. La antigua fábrica de tabaco acoge la retrospectiva «Antología», un viaje por los 25 años de fotoperiodismo de Gervasio Sánchez. Un total de 148 fotografías y 96 retratos tomadas en conflictos armados de América, África, Asia y Europa.
«El fotoperiodismo es el pariente pobre de la fotografía, pero es muy importante para la sociedad», afirma el cordobés. « Sólo pretendo contar, documentar un drama. Recordarle al mundo que las guerras aún existen porque son un negocio», explica el periodista. «No trato de emocionar, no trato de hacer arte ni de que mis fotografías trasciendan a un museo, pero si lo hacen, genial».
La esfera de La Tabacalera es fría, lúgubre, incómoda. Tan incómoda como algunas de las imágenes del recorrido. «No es una exposición fácil de ver», afirma el fotógrafo, «y eso va en consonancia con el lugar», añade Gumersindo Lafuente, adjunto al director de El País.
Dónde está el límite entre mostrar el horror y regodearse en el horror, se preguntarán algunos. A lo que Bernardo Pérez, fotógrafo y amigo de Gervasio, responde: «El límite está aquí. Gerva lo bordea con elegancia». Ramón Lobo, corresponsal de guerra y periodista de El País, subraya esa idea: «Gervasio pega un puñetazo encima de la mesa. Estas fotos dan al ‘play’ y te hacen pensar. Es una guerra, y en la guerra hay muertos, y los muertos hay que verlos».
Esta premisa también la defienden los padres que llevaron a sus hijos pequeños a la inauguración de la muestra. «Es necesario que vean lo que hay. Pasan miedo, pero aprenden porque te preguntan qué es un bombardeo o por qué se matan», explica una madre. Una niña escondida bajo el abrigo largo de su padre le dice: «Papá, tengo miedo, vámonos a casa», mientras en el extremo opuesto de la sala una pequeña salta de fotografía en fotografía sin apenas pestañear. «No se asombra o asusta ante estas imágenes. Quizá sea porque aún no tiene noción del dolor», explica su madre.

«En la guerra hay vida»

Niños deslizándose por una helada. Por Gervasio Sánchez
La fotografía de Gervasio Sánchez actúa comoun cebo para atraer al público hacia un trasfondo de horror. Una realidad cruda como la carne que, como indica Antonio Muñoz Molina en el prólogo del catálogo de la exposición, «no se puede mirar y, al mismo tiempo, no se puede apartar la vista». Pero,¿hay belleza en la guerra? «Sí, por supuesto», contesta el fotoperiodista. «La belleza está en la vida, y en la guerra también hay vida. Y la vida es bella».
Ramón Lobo secunda esta idea. «No me hace falta describir la belleza de la guerra, que la hay, la puedes ver en estas fotos. En la de los dos niños abrazados caminando por una calle de Kosovo o en la de unos amigos deslizándose por una calle helada en Sarajevo». Frente a esta última foto, un pequeño grupo de personas sonríe. Enfrente, otro grupo observa una imagen en la que unos civiles miran los cadáveres de unos guerrilleros. Muecas y miradas que se apartan. El contraste de la vida y la muerte que el fotógrafo intercala en las paredes de La Tabacalera: niños que observan una parada militar, un soldado que dialoga con su novia, niños que inhalan pegamento, miembros amputados o niños con pistolas de juguete.
En definitiva, es, una vez más, el trabajo de Gervasio Sánchez.  Una «Antología» que actúa como unapanorámica contextual que documenta cada parte de un todo, que es el conflicto bélico. Un modo de luchar contra las guerras y recordar que existieron.
Un hombre lanza el cuerpo de un niño víctima del cólera al fondo de una fosa común en Goma (República Democrática del Congo). Por Gervasio Sánchez

Autorretrato

Aquí os dejo un capricho de la luz, jugando con los reflejos y destellos de objetos metálicos... Es una imagen que me gusta, al mismo tiempo que me inquieta... Es como si estuviera desdoblándose mi alma de su "envoltorio"... En el encuadre, como podréis comprobar, en los dos tercios inferiores se proyecta mi sombra alargada hasta la altura de las rodillas, mientras que en la parte superior continúa reflejándose la sombra por la parte que se corta...


jueves, 8 de marzo de 2012

Entrevista al fotógrafo José Manuel Navia


A continuación os dejo una entrevista al fotógrafo José Manuel Navia que he conseguido en el siguiente enlace:


Espero que os guste tanto como a mí. Siempre se aprende de los encuentros con los grandes fotógrafos...

Saludos.

"La materia prima de los fotógrafos es el tiempo"
La imagen y la palabra escrita son el motor de la obra de José Manuel Navia, un fotógrafo fascinado por la luz, la belleza de lo cotidiano y el legado de nuestra memoria. Estudió Filosofía, pero eligió la fotografía como forma de vida. En su camino profesional ha transitado por relevantes revistas y periódicos, como El País, La Vanguardia, La Repubblica, GEO o National Geographic. Pero Navia es mucho más que uno de los fotógrafos españoles más importantes de los últimos años: su pensamiento abre puertas a nuevas maneras de entender y pensar la fotografía y nos recuerda cuál es la verdadera materia de la que están hechas las imágenes. Por Núria Gras.
¿Cómo llegaste a la fotografía?Mi madre y mi abuela son andaluzas y yo heredé ese gusto de la gente del sur tanto por retratarse como por contar historias. Mi madre era algo aficionada a la fotografía y le pareció bonito que yo tuviese un laboratorio en casa y revelase las fotos de la familia. A los doce años me regalaron un curso por correspondencia; llegó a casa con un montón de libros y todo el equipo de revelado, y empecé a revelar en el cuarto oscuro. A esa edad ver aparecer la imagen por primera vez en la cubeta fue como una droga. Es algo a lo que quedas enganchado.

© Marcelo Aurelio
© Imagen cedida por Marcelo Aurelio

Navia durante un reciente taller fotográfico.
¿Y cómo llegas al oficio, o casi mejor dicho a apasionarte y obsesionarte por la imagen?
Desde niño lo que me había gustado de la fotografía era la soledad. Quizás porque soy hijo único siempre me ha gustado estar solo. Yo creo que eso de una forma u otra te marca. Por eso muchos hijos únicos solemos ser muy charlatanes y muy sociables cuando estamos en compañía. Creo que es por compensación.
Mis inicios coincidieron con el final de la dictadura [franquista]. En aquella época me relacioné con movimientos cristianos de izquierdas y progresistas. Había mucha actividad en los barrios y fue relativamente fácil empezar. Más adelante pasé a trabajar en una imprenta y más tarde en una editorial de libros didácticos, donde trabajé diez años como fotógrafo. Fue en esa editorial donde empecé a tomarme en serio la fotografía.

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia

© José Manuel Navia
"El fotógrafo ha de ser una unidad independiente de producción." Para definir tu forma de trabajar haces tuya esta frase de Sebastiao Salgado, pero tu equipo está formado por tres personas.
Efectivamente, somos tres personas en el estudio, dos de ellas mujeres: Carmen, con la que además comparto mi vida desde hace 35 años y Marta, que es prácticamente de la familia. Somos una familia de tres y una microempresa unida por una gran amistad. Yo creo profundamente en el trabajo en equipo, que no significa todos a la vez haciendo todo, sino que cada uno haga su parte. Evidentemente mi parte es muy solitaria, pero no lo es menos la de Carmen cuando edita o la de Marta con el trabajo de laboratorio digital, aunque todos intervenimos puntualmente cuando es requerido.
¿Y te resulta fácil delegar esas partes del proceso?
Bueno, delegas pero al final acabas decidiendo tú. Es evidente que las imágenes son del fotógrafo, pero en mi caso el 50% de lo bueno que puedan tener mis fotografías es mérito de ellas [Carmen y Marta], porque discutes, comentas y al final te hacen ver las cosas de otra manera. Es más, a veces hago afirmaciones que luego me cuesta trabajo mantener y son ellas las que me recuerdan lo que dije. Hay muchos caminos por los que esa complementariedad redunda.

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia

© José Manuel Navia
Me gustaría preguntarles a Carmen y a Marta qué tal les resulta trabajar contigo.
Uf… Yo creo que te dirían que soy muy pesado. Hablando seriamente, me gusta rodearme de gente brillante. Ya lo decían los jesuitas: si quieres ser bueno rodéate de gente buena, si quieres ser mediocre rodéate de mediocres. Hay quien cree que rodeándose de mediocres destacará. ¡Pero mira que destacar entre la mediocridad! Soy muy jesuítico en este sentido y tengo la suerte de estar con dos personas muy competentes y muy complementarias entre ellas y para mí.

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia
"No sé si soy artista. Sé que soy fotógrafo; no sé si bueno o malo. Lo que sí defiendo es la autonomía de la fotografía, la capacidad de expresión de la fotografía pura, sin complejos." Hay quien piensa que eres inclasificable. ¿Qué clase de fotógrafo eres?
¡Claro! Porque al final lo que soy es fotógrafo. Ahora todo el mundo es artista, fotoperiodista, documentalista... Pero yo creo que básicamente hay que ser fotógrafo. A mí personalmente me gusta mucho la palabra autor: alguien que se expresa de una forma más o menos personal, a través de un medio. Sin embargo, más allá de adjetivos lo que sí sé muy bien es a qué familia pertenezco. Podría ser el hijo más tonto de esa familia… qué putada [ríe]. Pero la puedo reconocer.


"Ahora todo el mundo es artista, fotoperiodista,
documentalista... Yo creo que básicamente
lo que hay que ser es fotógrafo"
Si trazamos una línea temporal desde la fotografía documental que surge de forma paralela en Europa y en Estados Unidos y que empieza en el trabajo documental de Jacob Riis a finales del siglo XIX o de Atget a principios del siglo XX, a partir de aquí hay una manera de entender la fotografía que cristaliza en nombres "más modernos" como los de Paul Strand y Walker Evans.
Después de Walker Evans surgen dos "hijos" importantes: Eugene Smith , que es uno de los padres del fotoperiodismo moderno y de la mal llamada fotografía comprometida (que a mí, personalmente, me crea muchas dudas), y Robert Frank, que desarrolla una fotografía más pura con la voluntad de que la fotografía sea fotografía en sí misma. Nada más y nada menos.
Conocer la historia de la fotografía te puede ayudar mucho a saber quién eres. Yo sé que pertenezco a esta familia, y en ella me siento cómodo.

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia

© José Manuel Navia
Es cierto que hay un camino como el que describes que lleva hasta tus fotografías, pero hay algo que te distingue de tus parientes fotográficos: el color.
Es curioso esto que has dicho porque me han pasado dos cosas reveladoras con el tema del color. Cuando conocí a Gonzalo Juanes, fotógrafo asturiano de la generación del grupo AFAL, quedé fascinado con su trabajo porque él hizo en los años 60 algo parecido a lo que yo me propuse en los 80: hacer en color esa gran fotografía en blanco y negro que yo admiraba.
Veía que muchos fotógrafos que trabajaban en blanco y negro cambiaban completamente cuando se pasaban al color. Algunos compañeros a veces lo intentaban explicar: "Es que esto no se puede hacer en color." Además, había observado cómo grandes fotógrafos como Walker Evans o Robert Frank al final de su carrera también hacen un trabajo en color con una lectura distinta, más cercana a la plástica que a la pureza de sus obras clásicas, y yo no me lo acababa de creer. Mi obsesión era hacer en color esa fotografía que tanto me interesaba.

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia

© José Manuel Navia
Miguel Trillo, un fotógrafo sorprendente que a principios de los 80 estuvo muy involucrado en la Movida Madrileña, me confesó que en aquella época para él y para otros fotógrafos de su grupo yo era un moderno [ríe] porque hacía color y empezaron a ver publicados trabajos míos en color. Me han llamado de todo en la vida menos moderno. Pero es comprensible porque en esa época la estética canónica la marcaba el blanco y negro, y yo me propuse hacer lo mismo pero en color. Por eso me hizo mucha ilusión que Trillo me dijera eso.
Cristóbal Hara, gran fotógrafo y amigo, hizo una evolución que tiene que ver con esto que hablamos. Tenía un excelente trabajo de reportaje en blanco y negro, y él mismo manifiesta la necesidad de huir de esa estética. Lo consigue gracias al color y se aleja de esa fotografía purista en blanco y negro más Magnum, que es maravillosa pero que encierra ciertas trampas de las que hay que prevenirse.

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia
¿Qué opinión te merece la fascinación que demuestran galerías y museos por este género al que se le ha puesto la etiqueta de documentalismo?
Con la palabra documentalismo me pasa igual que con el chaleco de fotógrafo, que en realidad originalmente era de pescador: desde que empezaron a usarlo todos los turistas no he vuelto a ponerme uno. Es una palabra que ahora procuro usar con cuidado. Ha habido una especie de "boom" con este término, parece que para otorgar un valor cualitativo a la obra: "Lo que yo hago tiene que ver con la realidad".


"Con la palabra documentalismo me pasa
igual que con el chaleco de fotógrafo: desde
que empezaron a usarlo todos los turistas
no he vuelto a ponerme uno"
Dentro de lo que se ha llamado nuevo documentalismo, una línea muy ligada a la escuela alemana, hay muy buena fotografía. ¡Cómo no la va a haber! El problema es que se convierta en una moda. Las modas son mortalmente aburridas. Creo que es un fenómeno comparable a lo que me pasó a mí en los 80 con un tipo de blanco y negro.
Hoy muchos autodenominados documentalistas hacen color, pero es un color muy alemán, lavado, limpio... Si yo soy latino y mis territorios naturales de viaje son América Latina, Portugal y sus antiguas colonias, España, el Magreb... ¿Por qué voy a entrar en esa plástica de la escuela de Düsseldorf?

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia

© José Manuel Navia
En tus imágenes hay una concepción del uso del color muy efectiva. Juegas con los tonos fríos y cálidos para componer la imagen, un poco en la línea de Tino Soriano y National Geographic.
Es cierto, porque yo, al igual que Tino aunque menos, también he transitado por los caminos de National Geographic. Pero mi fotografía y mis colores resultan más tristes, a decir de algunos, o serios, en comparación con los de Tino. Y es que yo siempre he sido demasiado fotoperiodista para los artistas y demasiado artista para los fotoperiodistas. Pero me parece bien; estoy en medio. Tal vez eso sea la fotografía, "un arte intermedio", como dijo el sociólogo Pierre Bourdieu.
Me siento cómodo con esta idea porque realmente lo que me interesa es la buena fotografía. Y lo que sí sé, aunque tal vez resulte pedante decirlo, es reconocer la buena fotografía y disfrutarla. No sé si la mía lo es, pero la sé ver y la veo igual en una página perdida de un periódico, en un libro antológico de un autor o en una exposición. Y es un encuentro maravilloso.
La fotografía tiene un lenguaje propio, aunque muchos no lo quieran aceptar. Y si entiendes y valoras ese lenguaje, lo descubres allá donde esté.

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia

© José Manuel Navia
El viaje resulta omnipresente en tu trabajo, pero en un sentido mucho más amplio de lo que seguramente entiende la profesión.
Lo realmente interesante del viaje fotográfico es la idea del reencuentro. Da lo mismo viajar al fin del mundo que a treinta kilómetros de tu casa. Lo importante en mi opinión es la idea de reconocer, no de descubrir. Las imágenes que realmente nos importan están ya dentro de nosotros desde la infancia o la juventud. Cuando fotografiamos algo y ese acto fotográfico nos emociona (no el visionar el resultado sino la propia toma de la imagen) es como si estuviéramos dando forma a una imagen que ya tenemos dentro.
Simplemente deambulamos por el mundo buscándolas. O como decía Julio Llamazares: vamos recogiendo esas imágenes desperdigadas para incorporarlas a una caja imaginaria donde guardamos nuestras fotos de familia y nuestros recuerdos. Esa idea me interesa mucho: es un camino de ida y vuelta. Y diría, sin querer ponerme demasiado profundo, que es algo que tiene que ver con lo vernáculo y en cierto sentido con lo telúrico, con la raíz, con la vuelta a la tierra, al origen.
Por eso, como bien sabía Walker Evans, en lo documental siempre hay algo o mucho de falso documental, porque más que descubrir o describir, al fotografiar lo que buscamos es encontrarnos a nosotros mismos a través del reencuentro con todo aquello que más nos importa porque evoca lo que llevamos más adentro. Si es importante que la realidad fotografiada sea significativa en sí, más importante es aún que signifique algo para nosotros. Evans hablaba de "Lyric documentary", y esa idea de documentalismo lírico o poético parece encerrar un contrasentido o una paradoja que a mí me gusta mucho.

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia

© José Manuel Navia
Esta concepción tuya del viaje fotográfico podría cambiarles la vida a muchos fotógrafos, podría ser una lección fundamental.
Una alumna me comentaba que suelen decirle que es muy melancólica. Yo le contesté: es normal; la materia prima de los fotógrafos, al igual que la de los escritores, es el tiempo… ¿cómo no vamos a ser melancólicos? Imagínate que a un corredor le criticaran por ser rápido. Pues muchos fotógrafos somos melancólicos o mejor nostálgicos, y por eso somos fotógrafos, tenemos ese poso. Va con el oficio y no hay que avergonzarse de ello.


"Debería haber tenido el valor de fotografiar
a mi padre en la etapa final de su vida, pero
no fui capaz y ya no tiene vuelta atrás.
Es lo fantástico de la vida"
Doisneau dejó una gran frase y Avedon también dijo algo parecido en su autobiografía: "Fotografiamos para luchar contra la muerte." Lo que pasa es que al final te mueres… ¡Es una putada, claro!
Te voy a decir algo que no he comentado nunca: por suerte pude acompañar a mi padre en la etapa final de su vida, en la que padeció una enfermedad terminal. Estuve con él prácticamente todo el tiempo hasta su muerte y murió estando solo conmigo. Siempre he pensado que debería haber tenido el valor de fotografiarle, pero no fui capaz… aunque sí de escribir. Por este motivo cuando soy autobiográfico, que todos lo somos, lo soy muy discretamente. Y siempre pensaré que eso no lo hice y ya no tiene vuelta atrás. Es lo fantástico de la vida.

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia
"Odio la fotografía literaria", pero para ti fotografía y literatura van de la mano… ¿puedes matizar esa frase?
Lo que hay que evitar es ilustrar literalmente la literatura, valga la redundancia. Hay que utilizar la literatura como motivación fotográfica; el que quiera, por supuesto. Nuestro gusto fotográfico y literario debería coincidir en un estrato muy interno nuestro, que esa comunión no salga de forma evidente, sino como una relación sutil. Lo obvio no es interesante: lo interesante es lo sutil.
Juan Marsé escribe sobre el barrio de Gràcia de Barcelona: "El paisaje de mi infancia se me acabó convirtiendo en un paisaje moral." Eso es la hostia, y no es fácil ilustrarlo. Provoca un proceso de reflexión y eso va a marcar tu fotografía. Eso es lo que a mí me interesa: esa interrelación profunda, esencial. La mera ilustración que no va más allá nunca es muy interesante, aunque sí más comercial y, por cierto, cada vez más demandada.

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia

© José Manuel Navia
En diversas ocasiones has lapidado a un auténtico mito de la fotografía: "Cartier-Bresson ha dejado para la historia casi más frases que fotografías." ¿Qué te pasa con "monsieur" Henri?
Cartier Bresson es un grandísimo fotógrafo. Su forma de trabajar con las Leica y las cámaras en miniatura supuso una transformación de la que nos hemos alimentado todos los que hacemos un tipo determinado de fotografía. Y el que niegue eso miente. Más allá de este hecho, Cartier-Bresson era un hombre de clase social alta, de una familia muy rica de metalúrgicos franceses, y como burgués de origen estaba muy obsesionado con epatar. Epatar a los burgueses, que dicen en Francia.


"Cartier-Bresson es un grandísimo fotógrafo,
pero como burgués que era estaba muy
obsesionado con epatar a los burgueses"
Todas sus teorías del instante decisivo, del tiro con arco, de no mirar al blanco sino dirigir la flecha con la mirada... están bien, pero tampoco es para tanto. Estamos hablando de la instantánea, de hacer coincidir una estructura geométrica con un momento determinado. El resultado final de todas esas teorías son unas fotografías que están muy bien, pero lo que él perseguía además era que sus frases fueran recordadas como la "Filosofía de Cartier-Bresson". Y a veces son frases muy dispersas. Sólo por poner un ejemplo, cuando habla del color dice textualmente: "Yo puedo afirmar que la fotografía en color ni es ni será nunca arte." Y añade: "Y lo puedo decir porque yo he intentado hacer fotografía en color y no funciona." ¡Toma ya!
Claro que Cartier-Bresson es un gran fotógrafo… ¿cómo no? Y su obsesión por las frases es comprensible si tenemos en cuenta su condición de burgués. Pero epatar a los burgueses es algo que sólo les preocupa a otros burgueses, porque a los que no venimos de clase burguesa nos da igual. Al contrario: lo que nos interesa es tratar con los burgueses porque aprendemos mucho de ellos [ríe].

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia
¿Y cuáles son tus referentes fotográficos?
Me emocionan cosas diferentes que además no tienen nada que ver con lo que yo hago, y con el tiempo también vas cambiando. Siempre cito a Paul Strand y lo voy a hacer una vez más porque su libro antológico "60 Years of Photographs", de la editorial Aperture, supuso para mí un antes y un después. Ese libro y no otro fue el primer libro importante de fotografía que cayó en mis manos.
No hay que olvidar que pertenezco a una generación de fotógrafos españoles para los que era frecuente crecer sin apenas referentes fotográficos. Los únicos libros a los que solíamos acceder eran manuales de revelado y cosas por el estilo. Gracias a "60 años de fotografías" me di cuenta de que la fotografía era un verdadero lenguaje, además de descubrir que fuera de España había fotógrafos de una grandísima cultura que podrían haber sido cualquier cosa (escritores, arquitectos...) y fueron fotógrafos porque quisieron.

© José Manuel Navia
© José Manuel Navia

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Otro fotógrafo fundamental para mí es Walker Evans. Con él vuelvo siempre a la esencia, a la fotografía tal y como yo la entiendo. Saul Leiter es un fotógrafo que he descubierto recientemente y que me tiene fascinado. Se ganó la vida haciendo moda en blanco y negro para Harper's Bazaar, y paralelamente de 1950 a 1960 hizo un trabajo de calle impresionante en diapositiva en color con una Leica. Tiene una coherencia y una concepción del color tan cercana a lo que a mí me gusta que quedé fascinado.
El escritor Álvaro Mutis explica que hay dos tipos de grandes escritores, y para mí esto sería perfectamente aplicable a los fotógrafos: los que nada más acabar de leerlos te hacen pensar "qué gran escritor", y los que nada más acabar de leerlos te hacen desear coger un papel y ponerte a escribir. Para Mutis un ejemplo del primer grupo sería Victor Hugo, y un ejemplo del segundo caso es Joseph Conrad.
Yo veo la obra de Irving Penn o Avedon y me emociono, la disfruto. Pero en cambio, si veo la obra de alguien como Walker Evans, Saul Laiter o Eugene Smith, siento inmediatamente la necesidad de salir a fotografiar.
Resulta interesante que hayas citado a Eugene Smith, un fotógrafo al que has criticado mucho pero con el que parece que finalmente has hecho las paces.
Eugene Smith es uno de los fotógrafos más completos de la historia de la fotografía. Por su calidad técnica, por la variedad de temáticas. Lo que sí es cierto es que existe un Smith célebre, humanitario, un poco tramposo que piensa que puede cambiar el mundo y del que el verdadero Eugene Smith no fue capaz de liberarse. Ese Eugene Smith, el auténtico, el fracasado (dicho con todo el respeto), el de las obras que no logró publicar es el que me interesa. Es más, me fascina.
Sobre todo me interesa el Eugene Smith de "The Pittsburgh Project", un trabajo de encargo que debió haber acabado en quince días y en el que empleó dos años y no logró publicar. "The Pittsburgh Project" no es un trabajo documental, es un poema fotográfico sobre esa ciudad. En ese trabajo hay un Smith de una grandeza que dudo que ni siquiera él mismo conociese. Sin embargo, acabó renegando de ese trabajo.

© José Manuel Navia
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Al final de su vida hizo "Minamata", volviendo otra vez a la línea de las fotografías-icono que él tan bien sabía hacer pero que a mí no me interesan tanto, porque un icono es un símbolo y la fotografía no tiene que simbolizar nada. Me interesan los signos, que son abiertos, fecundos, y no los símbolos, que como decía Cernuda son estériles.
Walker Evans produce signos, fotografías que significan mucho aunque no sepamos el qué, como dijo el poeta William Carlos Williams. Pero imágenes de Eugene Smith como los Guardias Civiles de Deleitosa, la madre bañando a Tomoko... son casi imágenes de iconografía religiosa. Evidentemente esas imágenes lo encumbraron, y él no supo escapar a tiempo de ese tipo de trabajos. Fue un hombre muy ambivalente.
En Eugene Smith o en el Robert Frank que al final de su vida se acerca al arte contemporáneo y acaba haciendo vídeo, instalaciones, intentando renegar de lo que en él tiene más valor, existe una dualidad que no han sido capaces de resolver, siendo tan grandes como son.

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